jueves, 20 de octubre de 2011

Después de la tempestad llega la calma, más no la tranquilidad


Por Iván C Montecinos

Como dice el refrán popular, después de la tempestad llega la calma y eso es lo que se experimenta en El Salvador, luego que se terminara este largo periodo de fuertes lluvias que afectaron  a la población por más de una semana. En la historia reciente del país no se tenía registro de que  un  temporal halla durado tanto tiempo con un alto nivel de lluvias, causando serios y costosos destrozos en vidas y bienes materiales.

Al parecer y por declaraciones de las autoridades responsables de la cartera de Medio Ambiente, este desastroso escenario se presenta más grave a partir de la década pasada y en el futuro estos fenómenos serán  más recurrentes y de mayor intensidad, un panorama de riesgo nada alentador y que nos debe de preocupar a todos los ciudadanos  y llevarnos a la reflexión de prepararnos para afrontar con mayor eficiencia futuros fenómenos climáticos.

Los estragos causados por la reciente depresión tropical que los expertos denominaron solo como “12E”, ha dejado una estela de dolor en las familias que perdieron a 34 de sus  seres queridos, victimas de los deslaves o de las fuertes correntadas provocadas por el torrencial aguacero. También es de lamentar que se reportan dos desaparecidos, más de 55.000 albergados y una gran cantidad de personas humildes perdió sus casas y otras  pertenencias como:  utensilios, ropa, muebles, animales caseros y en la gran mayoría de habitantes en las zonas rurales las fuertes inundaciones terminaron con las cosechas de granos básicos, maíz, fríjol, arroz, maicillo y otros cultivos necesarios para la supervivencia y el sostenimiento familiar.

La tempestad pasó; pero el futuro es incierto para miles de salvadoreños impactados directamente por la tragedia, quienes  al retornar a sus hogares encontraran destrozos, abandono y aumentara la angustia de padres de familia que con impotencia se preguntaran ¿ y ahora cómo voy alimentar a mis hijos? Esa será la triste y cruda realidad que afrontaran todas y todos aquellos carentes de recursos económicos, que son la gran mayoría, ya que como siempre suele suceder, en estos casos, los más afectados son los pobres.

Es justo destacar y reconocer que en esta recién pasada emergencia, las diversas instituciones del Estado, llámense  de Gobierno y  no gubernamentales  cumplieron un papel protagónico y dentro de sus posibilidades funcionaron eficientemente, reaccionaron como mandan los protocolos en casos de catástrofe, las alertas fueron oportunas, se hicieron las evacuaciones con tiempo, se activaron los albergues y se atendió con alimentación, ropa y medicinas a miles de niños, ancianos y adultos.

Mención especial y un reconocimiento para los diferentes medios de comunicación que mantuvieron debitadamente informada a la población nacional e internacional minuto a minuto de lo que acontecía en las diferentes zonas criticas del país, aún a riesgo de los periodistas, camarógrafos y motoristas que desafiando el peligro informaban desde el lugar de los acontecimientos.

Y que decir de la población salvadoreña, que de inmediato reaccionó al pedido de ayuda echo a través de los  medios de comunicación y de inmediato se presentaron con sus donativos para socorrer a sus hermanos que sufrían las inclemencias del desastre natural. Esta labor debería continuar porque será muy necesario seguir apoyando a quienes han perdido casi todo.

Por ahora el mayor peligro por la emergencia ha pasado; pero se viene la importante etapa de evaluación de daños y  reconstrucción de la infraestructura vial y  de la economía; pero  fundamentalmente se le debe seguir dando   asistencia a  miles de familias salvadoreñas que lo perdieron todo. Ante la difícil situación de los que se encuentran en los albergues,  el Gobierno tiene la obligación moral y  constitucional de velar por que estas  personas  tengan alimentación, salud, techo y todo tipo de protección;  pero dada la magnitud del desastre se hace necesario la ayuda de manera urgente, de instituciones nacionales e internacionales para socorrer a los  damnificados.

Es muy importante hacer ver que en nuestro país, dada su frágil vulnerabilidad, es urgente revisar, aplicar y aprobar leyes que prohíban   la construcción de viviendas y centros comerciales en lugares de alto riesgo. Así mismo se debe replantear la agricultura en zonas  propensa a las inundaciones, como es el caso del bajo Lempa, donde los cultivos de invierno se pierden, es urgente cambiar el patrón cultural y pensar en siembras de verano activados por sistemas de riegos, aprovechando el agua del Río lempa.

Al pueblo salvadoreño, ante los daños irreversibles a nuestro medio ambiente,  no le queda muchas opciones y una de ellas es la conservación de las pocas reservas naturales que  nos quedan y  cambiar parte de nuestra cultura preparando a la población  en función de un servicio civil, que permita reaccionar con mayor eficiencia cuando en un futuro se presenten fenómenos climáticos severos como la denominada “ Depresión tropical 12E”.     

          

     

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